CREPÚSCULO
Sentada en la roca —misterio encarnado—
deja que el viento le talle el vestido,
y el mar, a sus pies, murmura asombrado
versos de sal en su cuerpo dormido.
El sol se retira, dorado y rendido,
tras gajos de nubes que cuelgan del cielo;
le deja en la piel un último abrigo,
como quien se va, pero deja un consuelo.
Sus hombros respiran la luz que declina,
y en su cuello el crepúsculo escribe su danza.
Hay un aura de fuego que no se adivina
y que apenas roza la piel… y la esperanza.
No gira los ojos, no busca la escena,
deja que el mundo se borre despacio.
La luz la acaricia, se vuelve tan plena…
y luego se aleja, cruzando el espacio.