En la danza lenta del tiempo que se escapa,
mi propia existencia se desvela entre susurros,
no en la gloria vana ni en gestas épicas,
sino en la belleza simple que el alma abraza.
Camino en contradicciones, humana y errante,
con ojos que observan la muerte sin miedo,
y en el pulso callado del amor que queda,
encuentro refugio, asombro y verdad profunda.
No busco alturas ni grandes certezas,
sino el latido honesto de cada instante,
la risa que nace en medio de dudas,
y el silencio que revela lo esencial.
Así, sin pompa ni máscara, me descubro,
crítica y asombrada de mi propio reflejo,
abrazando el misterio, la fragilidad,
y la infinita ternura de lo cotidiano.