Estuve a punto.
A punto de pensar que podría ser algo más que una simple amistad. A punto de creer que a quien yo quería, me quería.
Es interesante: aquel que eternamente solo camina, con simples muestras de afecto, puede sentirse plenamente lleno de amor. No contento con eso, llega a pensar que es correspondido, cuando simplemente es atendido mínimamente con frases y muestras tan ambivalentes, tan insignificantes que cualquiera podría reconocer que no existe nada allí.
Pero, ¿y si sí?
¿Y si su sonrisa es más que una acción involuntaria para mostrar amabilidad? ¿Y si ese beso que nos dimos, en una noche tal vez un poco más feliz que esta, si tan solo ese beso no fue una muestra desesperada de su parte por olvidar un amor que no pudo ser? ¿Por qué las personas se aferran a amores imposibles y no ven los que son entregados a ellos en sus narices?
¿Está acaso mi amor usando una capa de la invisibilidad? ¿Son tan ínfimas mis muestras que no merecen ser reconocidas?
A todo esto: ¿Por qué necesito que las reconozcan? ¿La quiero? ¿O solo quiero no estar solo?
Ahora que camino las praderas de lo que callamos, el ocaso me muestra más de lo que estuve a punto de decirle. ¿Cómo sabe el cielo lo que siento? Parecen alinearse las nubes simulando su silueta, en el vaivén de sus caricias; unas que sé, con una triste certeza, que nunca tendré.
Dijiste temerle al amor, pero, ¿le temes a mi amor? ¿Sin siquiera darme la oportunidad de intentar demostrarte que te equivocabas? ¿Importan los dolores del pasado cuando estás frente a lo que podría ser un futuro lleno de sonrisas?
Todos añoramos las sonrisas, pero no soltamos los llantos, que por ser tantos, quizás inundan nuestra alma, quien al no saber nadar decide mejor dejarse llevar por las corrientes de la melancolía.