Hay algo que sé,
pero no entiendo.
Como si el alma me hablara despacio,
y mis pensamientos no alcanzaran a traducirla.
Miro los gestos,
las palabras,
las miradas que esquivan,
los silencios que se repiten.
Todo parece encajar…
pero algo, en lo más profundo,
me dice que no.
Es una sensación leve,
como una sombra en la claridad,
como una nota fuera de lugar
en una canción perfecta.
No es miedo,
no es duda,
es simplemente eso:
una verdad que no termina de revelarse.
A veces creo que lo imagino,
otras veces estoy seguro.
Y mientras tanto, camino entre certezas rotas,
entre lo que veo y lo que presiento.
Porque el alma tiene su propio idioma,
y cuando algo no cierra,
ella lo grita en silencio.
Intento convencerme,
buscar razones,
atar cabos sueltos que no existen.
Pero cuanto más pienso,
más siento que la lógica no alcanza,
que hay verdades que solo el instinto entiende.
Y ahí quedo,
entre el “todo está bien”
y el “algo no me cuadra”,
mirando al vacío que dejan las medias verdades,
preguntándome si es mejor saberlo todo
o aceptar que hay cosas que simplemente…
no cierran.