Arih

La belleza del reencuentro y el temblor que aún habita en él

 

Te amé en silencio,

mientras aún habitaba otro nombre,

otro cuerpo,

otra vida que no sabía soltar.

 

Y tú lo supiste.

Aun así, te acercaste,

como quien toca el fuego sabiendo que quema.

Nos envolvimos en la llama,

mientras afuera el mundo llovía.

 

Creí que el amor podía esconderse,

que bastaba cerrar los ojos

para no sentir la culpa.

Pero el alma no miente,

y la piel siempre recuerda.

 

Cuando elegiste tú también

habitar otro cuerpo,

no fue traición,

fue espejo.

 

Ambos temimos sentir demasiado,

y preferimos perdernos del todo

antes que mirarnos sin defensa.

 

Entonces escape,

no sé la razón.

Pudo ser por cansancio,

tal vez miedo a verte de nuevo

y reconocer que,

pese a todo,

seguías siendo tú.

 

Han pasado años,

y aún suena tu voz

como lluvia de noviembre,

lenta, inevitable,

recordándome que nada dura para siempre,

ni siquiera la culpa.

 

Hoy entiendo:

no éramos malos,

solo inmaduros.

Dos almas buscando calor

en medio del frío.

 

El destino nos cruzó,

y estamos hoy aquí de nuevo.

Y aunque algo en mí aún tiembla,

también florece la calma.

Porque el amor que vuelve

no es el mismo:

viene herido,

pero también más sabio.

 

Que sea entonces bajo la misma lluvia,

pero distintos:

más suaves,

más sinceros,

dejando que el agua nos limpie

sin miedo a mojarnos.

 

Porque el amor,

como la lluvia,

no viene para quedarse,

viene para sanar la tierra.

 

— Arih