Llueve azul en el alma del bosque,
y ella —tan sola— plateada, se inclina.
Perfumada de hielo reposa
donde el agua suspira su rima.
En montañas, de sombras vestida,
mira al lago, su espejo cansado,
y una nube que pasa, perdida,
bien parece rezar a su lado.
Nada ocurre, y todo pasa,
en la piel de la noche extendida.
Hasta el tiempo, dormido, concede
un instante de eterna caída.
Noche de Luna —tan triste, tan leve—,
como lágrima en vino vertida,
bendice el azul que la mueve,
y calla, sintiéndose herida.