La Única Piel (m.c.d.r)
¿A qué tiempo, amor, a qué hora oscura y sin nombre
debes arrastrarte, reptar sobre tu propia carne desollada,
para que el silbido de la verdad te golpee, te queme los oídos,
y comprendas que no hay nadie más, nunca lo hubo,
que no eres sino tú misma, tu propia herida, tu propio dios?
¿Qué océano de espejos rotos has de beber
hasta que el reflejo te devore, te escupa tu propio rostro,
y en esa náusea, en ese abismo sin fondo,
sepas que el mundo se encoge, se pliega,hasta caber en la palma temblorosa de tu mano solitaria?
Te quiero. Sí, lo digo. Con el alma, esa víscera invisible
que los médicos no encuentran, que los amantes proclaman.
Con esa parte intangible que no conoce fronteras
—muros de piedra, líneas pintadas en mapas de papel—
ni distancias que los cuerpos miden con pasos cansados.
No es un músculo que palpite, ni un hueso que se rompa,
es el eco de un grito primordial, un agujero negro
donde todo lo que fui, lo que soy, lo que seré,
colapsa y se anuda a ti, en ti, por ti.
Porque donde tú estás, mujer, donde tu sombra se estira
y baila macabra sobre el polvo de mi existencia,
todo lo demás, el resto del universo, las estrellas,
las multitudes ruidosas, los días que se arrastran,
los sueños que se disuelven como humo entre los dedos…
todo, sencillamente, no es nada.
Es un vacío. Un eco mudo. Un borrón en el lienzo blanco
que solo tú, con tu presencia lacerante, llenas.
Eres el único contenido. La única sangre.
La única piel bajo esta piel que me aprisiona.