Amo esa amabilidad seca
y esos juegos tontos
con los que tantas veces
me llenaste de ilusiones.
Amo cómo, con esa indiferencia
y rechazo, rompiste esas ilusiones
de algo que tú misma inspiraste.
Amé cuando miraste con esos ojos,
tan hermosos como el cielo,
y con tu fina y delicada voz
pronunciaste palabras
tan hirientes como una bala,
y lentas cual tortuga,
de aquello que tanto negaba.
Amaré siempre todo,
todo lo que inspiraste en mí,
todo lo que, con tus palabras
y esa amabilidad seca que tanto odié,
de alguna manera siempre me hacía feliz.
Todo lo que grabaste en mí,
acciones que tomaron parte en mi rutina,
que, aunque sin darme cuenta, aprendí de ti:
ese tarareo, esa manera de hablar,
e incluso palabras tontas
que ahora forman parte de mí,
que aunque lo niegue, es y será
algo que siempre amaré.
Y si algún día decides volver,
búscame, estaré para ti,
tantas veces como sea necesario.
No importa si me odias, si me niegas,
yo siempre, siempre estaré ahí para ti.
Aunque no me notes, siempre,
guardaré un lugar para ti.
Y aunque no siempre estés aquí,
sigues brillando con tu ausencia;
y en un callejón de mi mente
siempre
quedará un eco de ti;
el cual siempre amaré.