LOURDES TARRATS

 El altar de la ausencia

La noche está vacía,
como un cántaro sin labios,
como un lecho sin sombra.

No hay luna:
solo un velo espeso
que se niega a pronunciarte.

El lenguaje me abandona
como un amante sordo,
y ya no queda en mí
ni el rescoldo tibio
de tu nombre.

Abrí mi pecho
con un filo de piedra negra,
rompí los vitrales de mi interior
buscando aquella hebra dorada
que zurcía tus caricias
al tejido sangrante de mi carne.

La noche gime
como un cuerpo sin promesa,
como el vino esparcido
que no embriaga,
como un sudor sin deseo.

En mis labios
el sabor de tus besos se disuelve
como espuma herida,
como un perfume sin raíz
que se escapa entre telas revueltas
y no deja memoria.

Sin embargo,
mi piel aún conserva
la cartografía de tu aliento,
la plegaria húmeda
de tus dedos,
el temblor que decías
cuando me invocabas
desde el umbral de tu idioma.

Esta noche está vacía,
y yo, despojada de ti,
me ofrezco al silencio
como a un altar sin deidad,
esperando que tu sombra
renazca en mi costado
como un dios profano
vuelto a la carne
por el tacto de mi memoria.

Hay sombras que no se fueron:
se quedaron dormidas en la piel,
esperando que las despierte el roce
de una palabra pronunciada en silencio

 

 

—L.T.