Una idea nunca expuesta, un libro jamás dejado para la posteridad, o un pensamiento liberado, deja más, mucho más, que un vacío en el alma.
Las palabras quedan guardadas
En la bodega del alma cuando
Al escucharlas las
Sentimos como
Nuestras.
El principio fue siempre un cúmulo de ideas sin poder ser ordenadas; un pensamiento vago como si de un bosque se tratara aún por civilizar; la épica nuestra, la humana, es como un espacio aún no domesticado dentro del cual el hombre camina, rastrea y conoce el imperio de todo aquello que intuye que aún no es conocimiento y por lo tanto cultura. Un paisaje que, como bien podría ser la vida íntima, sólo puede interpretarse una vez pasa a través de él o del relato mismo que es la propia vida. Una vez que el tiempo, o una parte de nuestro tiempo de vida, ha cumplido y satisfecho una función determinada y los escenarios así como las imágenes de la infancia ya no son de los lugares donde un día vivimos sino lugares donde un día recordamos haber vivido todo se convierte en un conjunto de cambios hacia adelante en busca de un tiempo que nos devuelva la memoria ya dejada atrás.
En algún momento de nuestro pasado debió ser que por algún lado quedó perdido u olvidado el disfraz del “yo”, de nuestro tan personal “yo” como principio de la razón y el pensamiento, y fue en ese momento cuando quizás debimos pedir lenguaje y no palabras.
Al final la gente no se acuerda
Ni se acordará jamás de lo
Que has dicho o escrito,
Sino de lo que les
Has hecho
Sentir.