Cierto día en el invierno
de paseo fue la ardilla
por los campos anegados
sin saber qué encontraría.
Pero claro, ella buscaba,
su alimento preferido:
nueces, frutos y verduras,
al andar por el camino.
Y de pronto vio que un cerdo
en el lodo se encontraba
disfrutando de aquel limo
con marcada tolerancia.
Se quedó muy asombrada
cuando al cerdo vio dormido
en el cieno putrefacto
y embarrado hasta el hocico.
Se acercó muy quedamente
sobre secas hojarascas
pues quería preguntarle:
—¿Y por qué el limo le encanta?
Se entabló aquella tertulia
de la ardilla con el cerdo,
y aquel petigrís no supo
por qué el cerdo estaba puerco.
Y le dijo el visitado:
—Yo disfruto donde vivo
la costumbre es favorita
y disfruto convencido.
Y la ardilla sorprendida
quiso pronto convencerlo
se saliera de aquel fango
y habitara un mundo nuevo.
La propuesta trajo enojo
de aquel cerdo hacia la ardilla
que se fue por el camino
pensativa y aturdida.
Y al andar por el sendero
la ardillita meditaba:
—¿Y por qué el cerdo no entiende
que vive en una sanguaza?
—¿Quién lo tiene adormecido,
quién la mente le enajena?
—¿Y así vivirá por siempre,
hasta que la muerte venga?
Y se apareció una abeja
cuando iba por el camino,
que al mirarla pensativa
muy enérgica le dijo:
— No discutas con porcinos
que es inútil que comprendan,
si por calles y avenidas
las boñigas son su avena.
—Y los cerdos por natura,
creo nunca han de cambiar
y que dudas no te quepan,
que en el fango vivirán…