Qué bien se siente cuando nuestros cuerpos
se buscan y se reconocen,
cuando tus manos incendian mi piel
y mi respiración se mezcla con la tuya.
Me convierto en pintor de tus curvas,
trazo cada rincón, cada estremecer,
y tu calor se adentra en mí
como fuego que no quiere apagarse.
Tus gemidos me atraviesan,
me llaman, me provocan,
y en cada suspiro me pierdo,
me rindo al placer que nos consume,
al deseo que arde sin freno,
al instante en que el mundo desaparece
y solo existimos tú y yo,
entregados al vértigo del deseo.