Zoily Anamilé De la Cruz Zuna

Cuando raya el alba

Carta al amor de mi vida que sigue buscando al amor de su vida

 

En cada decisión algo vive y muere,

como la luz que nace al despedirse,

el alma elige amar o bien rendirse,

y en cada paso el corazón se hiere.

 

Te busco en cada sombra que dice odiarte,

por temor a confundirse,

mas tú, sin verme, sueles ignorarme

y a decir verdad, el dolor en irse,

es más pesado qué tu traición a mi corazón.

 

¿Seré la pausa en medio de tu historia,

la nota muda en tu canción perdida?

¿O solo el eco fiel de tu memoria,

que no se borra aunque no sea tu vida?

 

Si al fin me olvidas, hazlo sin victoria:

que amar sin ser amado… también es herida.

 

Hay alguien en tu vida que te está cambiando,

alguien que ha torcido el reflejo en tu espejo,

una nueva sombra que va despertando

el fuego dormido que yo protegía lejos.

 

Ella llegó, lo sé, sin anunciarse,

y tú, sin pensarlo, le diste tu fe.

Ahora es su nombre el que suele nombrarse

y en mi temor encuentro su nombre

rasgado en mi piel y sangrando por sacarla.

 

Qué agonía… que tu nombre siga vivo en mi boca

cuando ya no responde nadie,

que tus gestos se repitan en cuerpos que no son tuyos,

que el recuerdo sea más fiel que tú jamás fuiste.

 

Qué agonía… que el corazón entienda

lo que la piel se niega a aceptar,

que el alma sepa soltar pero las manos aún sostengan.

 

Qué agonía… que el adiós no suene como trueno,

sino como susurro, como un eco que se arrastra por los pasillos del alma.

 

Qué agonía… que aún te ame cuando ya no sé quién eres.

 

¿Quién es tu nueva reina, tu peón, tu amante?

¿Quién ocupa el castillo que yo construí?

¿Quién es esa musa que llegó tan triunfante

a robarte el alma que era solo para mí?

 

Yo no puedo comer, ni dormir, ni pensar,

desde que su perfume se metió en tu piel.

Y tú, tan tranquilo, dejándome sangrar,

como si mi dolor no fuera tan cruel.

 

Cariño, no soporto estar sin tu mirada,

pero parece que tú sí puedes sin mí.

¿Quién es ella, esa estrella equivocada que

brilla en tu cielo y me deja sin ti?

 

No la culpo, no, por tu inmadurez,

pero mi corazón no entiende razones.

Quiere encerrarte en cristal, como un pez,

como una muñeca sin más decisiones.

 

Te tomó dos semanas,

dos giros de luna, dos sombras de sol,

buscar un atardecer con ella,

con esa figura nueva,

sabiendo que aqui se encuentra tu hora celeste

y cuando raya el alba, sigo ahí 

esa presencia que ahora ocupa tu voz.

 

Supongo que no tengo cuernos encima mio,

pero sigues siendo un traidor.

Porque hay traición en el olvido,

en la prisa de un nuevo amor,

en la forma en que finges que no hubo antes dolor.

 

Y sé que si fueras sincero,

no hay forma de que te pudieras enamorar tan rápido,

como quien cambia de abrigo cuando el viento gira.

Ojos marrones culpables, pequeñas mentiras piadosas,

como hojas que caen sin ruido pero duelen igual.

 

Sí, me hice la tonta, pero siempre supe.

Supe que hablarías con ella, con esa musa reciente, tal vez incluso peor.

Me quedé callada, como quien guarda un relicario roto,

para poder retenerte aunque ya no eras mío.

 

Entonces dime: ¿cuándo le vas a contar que también hicimos eso?

Que ese rincón que ahora frecuentan fue primero nuestro templo.

Ella cree que es especial, pero todo se reutiliza.

Ese era nuestro lugar, yo lo encontré primero.

 

Yo tejí los chistes que ahora repites,

como si fueran nuevos,

cuando estás con ella,

con esa silueta que no sabe que vive en mi eco.

 

¿La nombras, y casi dices mi nombre?

Porque seamos honestos: sonamos un poco igual.

Otra actriz en tu teatro, otro papel en tu función.

Odio pensar que yo era tu tipo,

una figura que encajas en moldes, como quien colecciona reflejos.

 

¿Tienes déjà vu cuando está contigo?

¿Cuando ríe como yo reía?

¿Cuando te mira como yo miraba?

¿Tienes déjà vu cuando volteas a verme,

y ves en mis ojos lo que ya no puedes tener?

 

Si me preguntan qué fue lo más loco,

no diré cartas, ni viajes, ni flores,

ni noches sin dormir, ni mil errores.

Diré: esperar. Esperar sin promesas,

sin relojes, sin saber si vendrías,

sin saber si aún eras tú.

Esperar como quien riega una flor que nunca ha visto brotar.

Porque esperar es amar sin tocar,

es sostener el alma en vilo,

es quedarse cuando todo invita a huir.

Es creer en lo invisible, en lo improbable,

en lo que ya no depende de mí.

 

Tengo la mala costumbre

de dar un océano entero cuando alguien,

sin saberlo, me pide apenas una gota de agua.

 

De abrir mis mareas calladas por una sola palabra,

de entregar mi alma desnuda por un gesto que no se guarda.

Soy diluvio en cada abrazo,

soy tormenta en cada espera,

y aunque me pidan un sorbo, yo les sirvo primavera.

 

No sé medir lo que ofrezco,

ni dosificar lo que siento.

Mi amor no tiene fronteras, ni mapas, ni salvamento.

Y así me quedo vacía, con las manos extendidas,

viendo cómo se retiran con mi océano en sus orillas.

 

Besabas como nadie lo imagina,

como un mar en calma que respira,

como un golpe de ola que domina y deja sal en cada herida.

 

Siempre te quedabas a ver el alba,

como quien espera que el mundo se redima,

y eras tú mi medicina, mi veneno, mi plegaria, mi espina.

 

Yo ya te avisaba desde el tiempo:

“Amor, ten mucho cuidado, amor, que esto dolerá.”

Y tú reías, como quien no teme al fuego,

como quien no sabe que el fuego quema más.

 

Yo no debía quererte, tú eras pecado,

una estrella caída, una cruz en mi costado.

Hay días en mi pasado que quiero que vuelvan,

no por ti, sino por mí, por lo que fui cuando te tenía,

por lo que ardía cuando tú ardías.

Yo que fui tormenta, yo que fui tornado,

yo que fui volcán, ahora soy eco, ceniza, un soplo que se va.

 

Eres mi héroe y mi villano la luz que ardía,

la sombra que engaña, la espada que salva,

la daga que daña,

mi templo y mi ruina, mi calma y mi gana.

 

Podría enloquecer descifrando tu conspiración,

como quien lee un libro sin final,

como quien ama sin redención.

 

Muero por saber el desenlace de esta trama,

si soy la víctima o el autor, si tú eres fuego o solo llama.

Comienza a anochecer y el corazón va al descubierto,

como un faro sin mar, como un secreto abierto.

 

Debo interpretar tus gritos,

tus llamadas, tus caricias entrecortadas,

como señales en la niebla, como verdades disfrazadas.

 

Y tus arranques de pasión que llegan

como relámpagos sin cielo,

como tormentas sin razón,

como un deseo que no tiene duelo.

 

Debo buscar dentro de tanto desperfecto

la moraleja de este cuento,

la enseñanza oculta en tu reflejo,

el porqué de tanto tormento.

 

Debo domar tu corazón

como quien doma un animal herido,

como quien ama sin condición,

como quien perdona lo no vivido.

 

En la oscuridad son los instintos los que mandan,

las manos tiemblan, los ojos arden, y el alma se desbanda.

¿Qué más quieres romper?

¿No ves que ya no queda nada?

De mí solo hay ceniza y papel, y tú sigues rompiendo mi mirada.

 

Dejar ir… me dolerá tanto las manos,

de tanto aferrarme a lo imposible,

de sostener lo que ya no se sostiene,

como un vidrio incrustado que corta incluso en el silencio.

 

Y a la final, no tendré otro remedio que abrir el puño,

dejarlo caer, aunque me queme la piel, aunque me sangre el alma.

 

Soltar esa vitrina que tanto nos costó construir,

con palabras, con promesas,

con sueños que ahora se empañan

como cristales en invierno.

 

Y aunque me queme la mano,

aunque me queme el recuerdo,

prefiero la herida de soltar que la gangrena de retener.

 

Y con la misma moneda,

te caerá la tormenta que sembraste,

te retaré en silencio, con la mirada que ya no tiembla,

y te seguiré buscando en cada sombra

que se parezca a ti, en cada eco que pronuncie

tu nombre sin saber que lo lleva.

 

Te seguiré amando, como se ama lo que ya no vuelve,

como se ama el fuego cuando solo queda ceniza.

Quizá tu regreso, en dos lunas y dos noches,

aún espere un “sí”

que se esconde detrás de mi orgullo,

pero poco a poco, mi “sí” transicionará a un “no”,

como el día que se rinde ante la noche, como el río que deja de buscar el mar.

 

Y el odio y el amor encuentran casa por fin,

en lo que fue nuestro Saturno,

ese planeta lejano donde giraban nuestras promesas,

donde los anillos eran pactos, y las lunas,

testigos de lo que fuimos.

 

Ahora Saturno es ruina,

es templo abandonado,

es altar sin dioses,

pero aún vibra en mi pecho

como un recuerdo que no se extingue,

como un universo que se niega a morir.