Sigues sentado esperando en la puerta como si necesitaras llenar ese vacío en ti que se volvió un eco que no logras llenar con nada.
Despierta cada día con la esperanza colgada en la rutina del silencio, ese que se volvió un abismo profundo desde que fuiste desterrado por aquello que con tanto esmero cuidaste.
Tu alma se quedó vacía desde aquella fecha en que la muerte, con una sonrisa y una mirada de victoria, se llevó a tu compañera, aquella que te amó hasta su último suspiro.
Dejando en tu alma las secuelas de una pérdida que sigue viva en cada uno de tus pasos lentos, como esos que se volvieron eternidad en las agujas del reloj que sigue paralizado desde entonces.
Tus días mueren junto con el sueño de ver entrar por la puerta a uno de tus hijos, esos a los que les diste alma, vida, corazón y hoy parece que te han olvidado.
Sin ellos darse cuenta de que la juventud es un viaje y que un día el tiempo también les pasará la factura, haciendo realidad aquel dicho: eres el resultado de lo que siembras.
Sigue su curso el mundo mientras por tu mejilla una lágrima se desliza, haciendo una parada en cada una de tus grietas marcadas por los años de aquel rostro arrugado que guarda tantas historias.
Entierras día a día el anhelo como si el paso del tiempo hiciera hincapié en cada herida, recordándote que junto a la silla sin nombre también sigue sentada tu alma vacía.