El pasado nos persigue a todos.
Aparece en los silencios, en un aroma que se cruza de pronto en canciones que no pedimos escuchar. Vuelve disfrazado de calma, pero trae consigo un eco que duele.
Creemos que extrañamos a alguien, pero en realidad solo añoramos la forma en que nos sentíamos entonces.
La ilusión intacta, la fe en lo que parecía eterno, esa versión de nosotros que no conocía el final.
A veces el corazón se queda detenido en lo que ya no está,aunque el cuerpo siga caminando hacia adelante.
Nos cuesta soltar lo que un día nos sostuvo,aunque ahora pese más de lo que sana.
El amor, cuando duele, enseña.Nos rompe justo donde más sentíamos,para recordarnos que no todo lo que se pierde, se fue en vano.
Y llega un punto en el que entendemos que soltar no es olvidar, es dejar de vivir esperando que lo que ya fue vuelva a tener sentido otra vez.
Y entonces nos liberamos del eco, del peso, del recuerdo.Nos quedamos con la esencia, con la cicatriz, con la lección.
Y por primera vez, respiramos sin cadenas,con el corazón abierto al ahora,a lo que viene, a nosotros mismos.