Ya no me animo a escribirte, por temor a darme cuenta lo mucho que te deseo, en la piel y en tu olor, en tu tacto y en tu pelo.
No me animo a escribirte por miedo a que vengas, y me digas las cosas que no quiero escuchar. O solo no me animo porque no estas cerca; es que si lo estuvieras, yo no sería el motor de mis acciones, quedaría varado bajo tu credo inconsciente sin saber tú, de tu poder sobre mí.
No me animo a escribirte porque temo que un día lo juegues en mi contra, o peor aún a mi favor. Y entonces me digas las cosas que si quiero escuchar.
No me animo a decirte lo que te quiero y lo desapegado que estoy de vos, no me animo porque si lo hago firmaría con mi prosa tu sentencia, de hacerte entender que nadie podría lo que yo a tu lado.
Entonces espero paciente cada noche, que algún día distraída, caigas otra vez en la tela de la araña, y me regales las sonrisas descuidadas de lo cotidiano y tu pelo despeinado en las mañanas.
No me animo a decirte las veces que te extraño. Porque ya no son justas, porque no distinguen ausencia de presencia, ni la hora del día o de la noche, no me animo porque son como un fantasma que me visita de a ratos jugando a ver si sonrío al recordarte o si maldigo al cielo y a todos los dioses, o los bendigo por hacer que la memoria sea vasta y en ocasiones borrosa, porque de seguro no soportaría ninguno de mis días si pudiera recordar con detalle cada instante de tu piel.