Estoy condenado
Condenado a arrastrar esta conciencia
como un cadáver que respira,
a despertar cada día con la sensación
de que algo esencial se ha perdido
y nunca estuvo allí.
Soy infeliz, sí,
pero no como quien llora,
sino como quien ya ni encuentra
razón para hacerlo.
Y no hay método,
no hay salida,
no hay cura.
Solo la repetición:
vivir sin saber por qué,
buscar sin creer que hay que encontrar.
A veces me pregunto si el castigo
es existir con lucidez.
Saber que no hay redención,
ni sentido,
ni fin que justifique el trayecto.