Annabeth de León

David y la Manzana 🍎

 

El sol quemaba la arena sin fin, 
David clamaba con labios de fuego, 
su alma sedienta, su cuerpo sin tin, 
y el cielo guardaba su dulce sosiego.

De rodillas cayó, sin temor ni rencor, 
con la fe encendida en su pecho ardiente, 
y el polvo tembló con un nuevo color, 
brotando un milagro del suelo silente.

Un árbol surgió como canto escondido, 
con ramas suaves y fruto encarnado, 
una manzana de rojo encendido, 
como si el Edén se hubiera revelado.

David la tomó con sus manos sagradas, 
la acercó a sus labios con gozo y temblor, 
y al morderla, la miel, como llama dorada, 
le llenó la boca de dulce fervor.

Sus ojos brillaron con luz de victoria, 
el desierto se abrió como altar bendecido, 
y el fruto se volvió parte de su memoria, 
como si el amor fuera pan compartido.

Las dunas cantaron su nombre en secreto,
el viento danzó con su gesto divino, 
y el árbol, testigo del acto completo, 
se inclinó ante él como fiel peregrino.

Entonces David, con voz consagrada, 
miró al cielo con mirada redimida,
y dijo, con alma por Dios abrazada
cantó un salmo de maravillas:
“Clamé a Dios de rodillas, 
y me manifestó su amor hecho comida.”

 

Annabeth Aparicio de León

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