Si está escrito en nuestro libro
que este será el fin,
lo aceptaré con manos temblorosas,
como quien cierra un ataúd de recuerdos.
Dejaré atrás las risas compartidas,
los besos a escondidas,
las caricias y abrazos
en noches donde el viento
susurraba nuestros nombres.
Dejaré las flores marchitas
que un día me diste,
y los trescientos sesenta y cinco días —
o tal vez más —
que fueron como un invierno lento
desgarrando mi pecho.
Porque tal vez sea lo mejor para ti,
amor mío:
dejar de cargar con esta mente
que nunca descansa,
que se arranca el alma
en cada pensamiento,
como cuervo en desvelo
picoteando su propia sombra.