I
Siempre he vivido rodeado de soledades,
escuchando las voces de campanas lejanas,
tan vacías, silenciosas, marchitas, sin rostros;
como si la vida se esfumara lentamente,
entre las blancas grietas de la muerte infinita.
Miradas de seres enloquecidos que se hunden
en la humedad eterna y profunda de la noche,
las pisadas desaparecen sin dejar rastros;
copas de placeres espumosos, carcajadas,
el baile de los verdugos, la sangre inocente.