Un atisbo

Hay sangre en el suelo

Hay sangre en el suelo 

y ya no sé si es tuya o es mía.

 

Tengo la sensación de que me desangro

por partes, por trozos, como si me desgarrara

y, sin embargo, la sangre está en tu rostro 

así que me acerco a cuidarte.

 

Otra gota cae al suelo: roja, brillante.

Pero con cuidado te examino

y no encuentro tu herida 

y eso solo hace volver a preguntarme

si tal vez la sangre sea mía.

Pero no tengo más tiempo

así que, sabiendo que el dolor no es tuyo,

sigo con mi rutina. 

Llego a casa derrotada, sin poder hablar

sin ganas de comer, solo queriendo llorar.

 

Y pierdo el tiempo en cosas absurdas 

mientras finjo descansar. 

Y la verdad es que no quiero tiempo para pensar.

No quiero darme cuenta de que hay sangre en el suelo y es mía,

que corre por mis muñecas como si me hubieran hecho una sangría.

 

La sangre es mía pero el dolor no, 

al menos no hasta que lo asuma, 

así que no le miro, no le reconozco, 

no le contesto. No es mío. 

No lo es.

 

La sangre está en el suelo, es mía

Y el dolor también.

Hay sangre en el suelo de un alma sin vida. 

Y esa alma solía ser mía. 

¿Acaso nadie puede ver mi herida?