Bailan las hojas
al compás secreto del viento,
giran, se elevan, descienden,
como almas jugando en el aire.
Sonríe el otoño
en su vestido dorado,
pues sabe que en cada caída
hay un susurro de eternidad.
Crujen al rozar la tierra,
pero su música no se apaga:
es el eco de lo que fue,
y la promesa de lo que vendrá.
La danza de las hojas
es un canto breve y eterno,
un viaje hacia la raíz
que aguarda paciente en silencio.
En su vuelo ligero aprendemos
que nada muere del todo,
que hasta el desprenderse es un arte,
y que lo frágil también es eterno.
Porque las hojas, al caer,
dibujan caminos invisibles,
y en su último giro en el aire
nos recuerdan que la vida también baila.