El secreto
En las madrugadas más frías
escuché una voz que no venía de afuera,
sino de adentro,
como un río oculto bajo la tierra.
Decía cosas que dolían
y al mismo tiempo me curaban:
“Si no conoces la pérdida,
¿cómo sabrás el valor de lo que amas?
Si no pruebas el desamor,
¿cómo distinguirás la ternura verdadera?
Si no atraviesas la noche,
¿cómo agradecerás la luz del día?”
Esa voz me acompañaba
cuando creía estar solo,
me mostraba que las grietas
eran puertas secretas,
que el dolor podía volverse música,
que hasta la tristeza tiene un brillo escondido.
Yo la escuchaba y aprendía,
me asombraba de su sabiduría,
de cómo entendía mis cicatrices
mejor que yo mismo.
Hasta que un día,
con el corazón temblando,
le pregunté:
“¿Quién eres tú,
que me hablas como si hubieras vivido
todas mis pérdidas
y todas mis esperanzas?”
Y la voz,
dulce como un último abrazo,
me respondió al oído:
“Soy yo…
la poesía.”