En la quietud del alma se desliza
la soledad,
niebla danzante en copa de luna,
sin rostro ni premisa,
susurra lenguas que la noche acuna.
Camina descalza sobre huellas antiguas,
como luz dormida en un mar sin regreso.
Teje ausencias con hilos de sombra,
y borda memorias con aguja sencilla.
No golpea, no reclama,
no castiga: sólo habita.
Fuego lento en templo sin altar,
se acomoda y nos abriga,
como ceniza que abriga al amanecer.
Y sin embargo,
hay belleza en su quietud glacial:
un espejo que recuerda
en silencio.
Pues en su calma germina la poesía,
y el alma florece donde nadie ve.
Descubrí que la soledad no era ausencia,
sino un reflector sin ruido,
donde mi alma, sin máscaras,
se atrevía a hablar en voz baja.
Y en ese instante sin testigos,
entendí que no estaba sola:
yo era compañía,
yo era fuego,
yo era raíz.
--L.T.