🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮

Duelo de arcos

 

Duelo de arcos

Del cielo, vi una mística mañana
nacer, entre canéforas, risueña;
a Diana, a quien, Cupido ya la sueña,
sentada en su jardín de porcelana:
allá donde Latona está presente
y ha dicho, que su estirpe es muy valiente.

Su padre, cedió un arco a la doncella,
un séquito de ninfas dio su padre.
Los dolos y clamores de su madre
hicieron de su casta una doncella.
Cupido que la observa y se ve solo,
incurre por su nombre al dios Apolo.

Pues Diana es almorávide y humana,
no existe alguien tan bella que la iguale;
ni Venus, que el beldad se sobresale
no llega a compararse como es Diana:
aquella que de Júpiter es hija
y corre por los bosques en cobija.

Y clama entre los montes: «¡gerifalte,
ya el Dios de las verdades lo ha sabido
que quiero vivir sola, entre mi nido;
allende la consciencia no me falte!
Mis ojos gozarán ver las costumbres,
mas nunca ser por ellas, servidumbre».

Recurre a su llamado y desafío
el ave, de los sueños, la porteña
y dice con su pico, haciendo seña:
«Cupido se ha prendado del hastío;
él quiere ser el dueño de tus belfos
y a Apolo ha consultado, yendo a Delfos».

Y Diana, cazadora y sensitiva,
sus ojos los penetra al horizonte
y observa, con sigilo que en el monte
en pasos de Cupido va cautiva.
Prorrumpe las señales del oráculo,
tocando entre los bosques con su báculo.

Las piérides declaran su amorío,
mas ella no responde tales cosas:
conoce la virtud de las hermosas
y emprende por camino el desafío.
«Ya basta que Cupido me persiga,
masculla con el ave y gran amiga».

Cupido, con su flecha halagadora,
intenta seducir a la más bella;
y cae sobre el cieno con la estrella
que un día había cortado a quien adora;
Apolo le previno su desgracia
que, Diana es escabel e idiosincrasia.

¿¡Quién fuese un dios de amor y ser burlado
por tantas travesuras en acecho!?
Si yo, que soy poeta y tomo el hecho
no tengo más constancia que el estrado;
vejamen de pasiones nos sobornan
con ramos de deseos que me adornan.

Cupido que el dios de los Amores,
se encuentra enamorado y confundido,
siguiendo a una doncella hasta su nido,
la cual le causa penas y dolores;
no se halla en libertad ni paz derecha,
tan solo agonizando con su flecha.

Por eso es que el amor que da Cupido
es trágico y nostálgico a la vez;
en su arco solo teje un ajedrez
de fórmulas que ni a él le han parecido.
Se queja: «yo de Diana estoy prendado,
mas no hallo ni la forma en ser amado».

Apolo que lo escucha en su aposento,
ensalma sus palabras con audacia:
«Cupido, no hagas caso a la falacia,
porque ella no sabrá tu sentimiento.
Aleja tus deseos de trinchera,
que Júpiter por ella es una fiera».

Con esto, se confirma que Cupido
es dios de los intentos nada más:
fue víctima de Diana en un compás;
mujer fuerte y guerrera de apellido.
Proclama: «yo de amores no me prendo,
tan solo me imagino estar sufriendo».

Su padre hace sentencia con su voz;
entrena al interior en la batalla,
llamando así a Cupido un dios canalla,
que trata con su flecha ser feroz.
Mas sabe que de Delfos la voz suena
y trae por castigo, la condena.

De ahí, que todo amor que se lastima,
las culpas son del arco de Cupido;
quizá por ser un dios no conocido,
tentado por el éxtasis que lima.
¡Proclamen, servidores del hastío,
que Diana con su amor, es todo mío!

Las flechas de Cupido, le dio Diana,
tal vez, como consuelo y aderezo:
mas puso entre su arco el intermezzo
de ser, protagonista y soberana.
El eco de su voz vertió al poema,
de perlas y rosales su diadema.

El arco que de Diana fue escultura,
la selva lo acogió como zampoña,
llamando al de Cupido cual ponzoña:
adarga del silencio y travesura.
Y un día, que Cupido fue por ella,
pues Diana le clavó la flecha aquella.

Por tanto, mis amores y mendrugos
esculpo en el cincel que da la aurora;
y pongo por propuesta pecadora
la idea visceral de los verdugos.
En sí, como poeta, mi ventana,
me cuenta, que en la noche, viene Diana.

                                    Samuel Dixon