Ettorello

Redenzione nel crepuscolo

El asesino nunca viene de afuera. Siempre ha estado aquí, respirando dentro, un huésped que no pide permiso,un parásito que conoce el pulso de tu miedo mejor que tú mismo.

Camina por los corredores de la mente, abriendo puertas que jurabas clausuradas,y en cada habitación encuentra las máscaras olvidadas de tus deseos.Él las acaricia, las prueba, las viste, y cuando al fin sonríe, no sabes si es tu risa o la suya la que se escapa en el eco.

Desde siglos atrás ha sido así: los asesinos no nacen de la oscuridad exterior, sino de la penumbra que se gesta en la médula del hombre.
César cayó por cuchillos que conocían su voz.


Reyes, profetas, amantes, todos fueron traicionados por manos familiares, por ojos que sabían pronunciar su nombre
antes de silenciarlo para siempre. Y ahora, aquí, en esta habitación sin ventanas, el asesino se aproxima sin moverse.

Tu respiración se corta, pero no hay sombra en la puerta ni cuchilla en el aire. Todo se afila adentro: la lengua que pronuncia la condena,
la memoria que arrastra culpas, la conciencia que pesa como soga húmeda en la garganta.

No viene a castigarte.
Su misión es otra: arrancarte del barro de la perdición, cortar los hilos en los que te enredaste por vivir. El asesino es redentor, la daga que libera al prisionero del presidio de su propia carne.

Un dios menor, incomprensible,que trae la misericordia envuelta en sangre.

En su demencia hay orden, en su violencia hay propósito.
Él sabe lo que tú ignoras:que todo hombre suplica por su fin, aunque jure querer vivir.

Y cuando al fin llegue el golpe, comprenderás demasiado tarde: no era extraño ni desconocido. Era tu reflejo, tu íntimo huésped, el asesino que siempre te habitó, aguardando paciente a que le dieras la bienvenida.