El camino nunca es recto,
se curva como serpiente bajo el sol,
mezclando piedras ásperas con flores,
mezclando la herida con el alivio.
Hay senderos de claridad,
donde cada paso resplandece,
y sentimos que la vida nos abraza
con la suavidad de una brisa que no juzga.
Pero también existen tramos oscuros,
donde el polvo ciega la mirada,
donde el cansancio pesa como un muro
y el horizonte parece un espejismo lejano.
En lo bueno aprendemos a agradecer,
en lo malo aprendemos a resistir;
el camino es maestro,
aunque a veces golpea sin piedad.
Cada huella que dejamos
es testimonio de haber pasado,
de haber luchado,
de haber amado aunque doliera.
Y al final, cuando miremos atrás,
descubriremos que el bien y el mal
no fueron enemigos,
sino dos manos que nos empujaron
hacia la misma verdad:
que vivir es caminar,
y que todo camino, aunque duro,
nos conduce hacia nosotros mismos.