El tiempo no transcurre:
Se disuelve.
No avanza ni retrocede,
sólo se despliega
en un presente incesante
que nunca se deja poseer.
La mente,
ese laberinto de espejos,
inventa pasados,
imagina futuros,
y se enreda en la ilusión
de lo posible.
El deseo arde
sin objeto,
puro movimiento
que busca sostenerse
en lo efímero.
Nada se ofrece en verdad,
todo se extingue en el instante
en que nace.
La entrega es desaparición,
y el obsequio supremo
es el vacío.
La memoria no guarda:
Construye.
Lo que creemos recordar
es apenas un reflejo
del ser que se busca a sí mismo.
Olvidar...
Es descubrir
que lo eterno
no se nombra ni se borra:
Solo permanece,
Indeleble,
en el centro del silencio.