En esos ojos, dorados como el sol,
encontré mi norte
aquel día en que te vi por primera vez.
Lo que sentí, fue magico
como si la inicial de tu nombre
fuera sinónimo de amor,
llenó mi alma de paz.
Ay, tu sonrisa bonita…
es un poema escrito por Dios,
un pasaje directo al cielo,
un refugio donde habita lo eterno.
Vives en mí,
aunque duermas en otra cama.
Cada noche te siento conmigo:
tus labios son un recorrido por la gloria,
un altar secreto donde eres mío
sin condiciones,
allí donde los sueño me concede
lo que la vida me niega.
El aroma dulce de tu piel
es un afrodisíaco de memorias,
un trance profundo
cuando el viento me devuelve
las huellas de lo vivido
en esa realidad alterna
donde amarte libremente
es la única ley.
Tu mirada de ángel
es mi amuleto,
mi certeza,
la convicción de que existen amores
que, aun sin haberse consumado,
arden con fuerza
en cada latido,
como fuego eterno
que jamás podrá extinguirse.