Qué poco te pesaba el 33
con la tinta indeleble a las espaldas.
De los pupitres, el postrero, el tuyo,
un endeble rocín tras enjaezados
corceles. Presidía el almanaque
un junio pantocrátor.
Cuánto trote por sierras, por campiñas,
de lejanos países,
cuánto sudor encarcelando reyes
y dinastías la infantil memoria,
que pronto se esfumaban
por mágicas fisuras.
Qué poco te pesaba el 33,
amigo. Dime qué piadoso Dédalo
te guio por el tortuoso laberinto
del saber sorteando
décimas y centésimas.
Dime quién te inculcó que lo importante
es tan solo llegar.
Llegar a nuestro ritmo.
(Los rostros de Ítaca, Ediciones Rilke)