Me pierdo en el oro de tu cabello,
donde los hilos tejen majadas de amor.
Perderme en dos esmeraldas tuyas
es un delirio sin regreso.
Tus labios, frágiles y encendidos,
me llaman al beso,
a la ternura que arde,
a la pasión que desborda sus orillas.
Me enredo en tus cabellos como en raíces de fuego,
¿o serán campos de oro
donde cada brote respira un suspiro
hacia el pecado dulce de este amor que no muere?
Tú eres el sol mismo,
rostro encendido que al mirarlo
condena a quien lo contempla
a ser tu eterno enamorado.
Y una brisa desciende,
abrazando el cielo con esperanza,
mientras cruza el firmamento
la claridad de tu nombre.