El reloj miente en la pared, el segundo se clava, se queda, igual que la aguja colgando, pesada, entre mis piernas.
Mi brújula sudada apunta hacia ti, territorio indescubierto,
mapa que solo quiere ser mi norte por una noche.
No hay cabeza que te desee más que esta -torpe, calva y hueca- que no piensa, solo arde.
¿Es a este fuego frío al que los hombres llaman limerencia?
Pero yo no busco nombres.
Yo solo quiero ensartar mi lengua en tu abismo, coser las grietas de tu temblor con la saliva de mi furia.