Corriendo en círculos entre vestigios.
Camina en ronda el ente desvelado,
tan torpe repite actos sin destino;
persigue un sol de yeso iluminado,
y pisa siempre el mismo desatino.
Ansía altura, roza su quimera,
pero despierta en idéntica espera.
Escombros devoran su orgullo inflado,
la memoria traga rutas de engaños;
ningún compás inútil lo ha salvado,
ni triquiñuela que engatuse a extraños.
La rueda aplasta con hierro y rutina,
cose la carne con soga asesina.
El día alumbra cual ceniza ajada,
horizonte amplio, ¡qué gran apariencia!
Ignaro insiste la trampa abortada,
bestia que se engendra en su propia esencia.
El cielo la empuja sin juicio humano,
y el suelo lo obliga al show cotidiano.
Los huesos cuentan historias sin fin,
el aire huele a cadáver sonriente
y cada pensamiento lo hace ruin,
el hombre aplaude su fuga inminente.
Qué dulce circo: ocaso hasta el fracaso,
ser su propio verdugo y su payaso.
El tiempo gruñe con voz oxidada,
y no concede tregua ni consuelo;
su marcha hiere la piel lacerada,
clava su aguja en relojes de duelo.
Besando el polvo con fiel redención,
dulce burla hacia el mismo paredón.
El cuerpo es zafio de hábitos vacíos,
la mente inventa oprobio sin salida;
se pagan caro frágiles desvíos,
la deuda crece en piel envejecida.
La arena oculta la peste y escarnio,
la vida se retuerce en cruel agravio.
Y al fin la risa, mordaz que la vicia.
“¿Qué buscas inútil, mofa y condena?
La estela es nula, la fuga estulticia,
lúgubre esclavo de su misma pena.”
El cráneo fúnebre estalla al grito.
La muerte bebe en el cáliz maldito.
La Hechicera de las Letras.