Cierro los ojos,
tomo aire.
Pienso,
me pierdo.
Oigo suplicios
que sollozan los versos
nunca escritos.
Me hundo en arenas,
no puedo moverme.
Grito, revoloteo…
y nada sucede.
Día a día, me consume
esta extraña arena
llamada “vida”.
Y aquí sigo,
no sé si moverme,
o ver cuánto me dura el piso.