Hay días en que se mira al espejo
y sólo ve eso:
un gallo sin plumas,
con el pecho inflado por recuerdos que se quedaron.
Como si se criara para resistir, no para entender.
Como si le enseñaran a luchar primero,
a preguntar después.
Pero ahora,
cada victoria sabe a cartón,
y cada herida no cicatriza... se hunde.
Quizá no era de casta,
pero fue suficiente para esta jaula.
¿Quién decide el linaje
cuando todos llevamos miedo en el pico?