Padre mío, te fuiste con premuras
ciñendo en tus arterias alba esencia
y en comitiva celestial y fluorescencia
te llevaron en anda a las alturas.
Cual retazos de nieve en sus alburas
perdió tu ocaso luz, sin mi presencia;
quedó el mundo con halo de tu ausencia
y mi vida cubierta de amarguras.
Mas no murió tu voz: sigue encendida
en cada gesto mío, en cada intento,
como un faro que alumbra mi caída.
Tu fuerza me sostiene contra el viento,
y aunque ya no te tenga en esta vida,
Siempre serás el alma de mi acento.