En la historia de la música popular, pocos nombres han alcanzado el estatuto de poetas mayores como Bob Dylan y Rubén Blades. Aunque separados por geografía, lengua y tradiciones sonoras, ambos han convertido la canción en un medio literario y político de primer orden. Dylan, canonizado con el Premio Nobel de Literatura 2016, inscribió el verso cantado en la tradición escrita de Occidente; Blades, en cambio, revolucionó la salsa al dotarla de narración, crónica social y dimensión filosófica. Compararlos no es decidir quién canta “mejor”, sino reconocer que cada uno encarna una poética con alcance y valores distintos.
Dylan surge en los años 60 como la voz de la contracultura norteamericana. Con canciones como Blowin’ in the Wind o The Times They Are A-Changin’, ofreció un lenguaje sencillo pero cargado de simbolismo que se volvió himno de los movimientos por los derechos civiles. Su posterior tránsito al rock (Like a Rolling Stone) y al surrealismo lírico (Visions of Johanna) amplió la idea de lo que una canción podía ser: un poema polifónico donde la tradición bíblica, la literatura beat y el blues dialogan.
El Nobel de Literatura reconoció precisamente esa capacidad de convertir la canción popular en un género literario autónomo, uniendo música y palabra en una obra que, a lo largo de seis décadas, ha influido en escritores, músicos y generaciones enteras. Dylan encarna la universalidad: habla desde Estados Unidos, pero su voz se volvió la del mundo.
Blades irrumpe en la Nueva York de los años 70, donde la salsa era ritmo de fiesta y baile. Con él, la canción bailable se transformó en un vehículo de narración urbana y crítica política. Pedro Navaja es la épica de un personaje marginal; Plástico ironiza sobre la alienación de la modernidad; Buscando América levanta un manifiesto continental. Cada una de sus letras combina el habla del barrio con reflexiones de alcance filosófico: amor, poder, desigualdad, esperanza.
Blades no solo canta: escribe crónicas rimadas que dialogan con la tradición oral latinoamericana. Ha dicho que su misión es “contar las historias que el periódico no cuenta”. En ese sentido, su valor radica en transformar la salsa en literatura popular, en convertir el tambor caribeño en libro abierto sobre las tensiones coloniales, las dictaduras y las esperanzas de los pueblos.
Alcance: Dylan impacta en el mundo anglosajón y se universaliza; Blades concentra su influencia en América Latina y las diásporas hispanas, aunque su figura ha cruzado fronteras.
Temática: Dylan parte del yo lírico y del mito norteamericano; Blades se sitúa en la colectividad, en la voz plural de la calle y la historia.
Estilo: Dylan utiliza símbolos abiertos, imágenes surrealistas y parábolas; Blades opta por la narración clara, la metáfora social y el realismo urbano.
Canon: Dylan ya está inscrito en la alta literatura (Nobel). Blades, aunque premiado con 23 Grammys y reconocido en América, aún espera el reconocimiento institucional que lo coloque en el mismo nivel global.
¿Quién es mejor? La pregunta es en sí injusta: Dylan representa el triunfo de la canción como literatura universal; Blades, la dignificación de un género popular que se convirtió en poesía social. Dylan habla desde la melancolía y la metáfora abierta; Blades desde la crónica y el compromiso. Si el primero es trovador del mito estadounidense, el segundo es cronista mayor de la América Latina urbana.
Ambos, en definitiva, muestran que la literatura no solo se escribe con pluma: también se canta con guitarra o con tambor. Dylan dio a la canción su Nobel; Blades le dio a la salsa su voz de profeta.
* Canciones de Blades han sido censuradas en Suramérica durante viejas dictaduras como “Desaparecidos”, en Venezuela “Venezuela” y “El padre Antonio” dedicada al asesinado Monseñor Arnulfo Romero en El Salvador durante la cruenta guerra.
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