La libertad interior no se pide:
se arranca con las manos del alma,
se siembra en la tierra de las cicatrices,
y brota como un árbol que, al crecer,
descubre que el viento siempre estuvo de su lado.
No se mendiga a nadie,
no se compra en promesas,
no se entrega en brazos ajenos:
se forja en el silencio
cuando aprendemos a mirarnos sin miedo.
Es la victoria de la mujer que despierta,
que deja caer las cadenas como hojas secas
y camina erguida hacia su propio horizonte.
La libertad interior no se pide: se conquista.
Y en cada conquista
la voz se vuelve canto,
el paso se vuelve danza,
y el corazón, firme y en paz,
renace dueño de sí mismo.
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