No quiero ser de los que sólo visitan
la presencia de Dios;
necesito habitarla,
vivir en Su amor como río que me envuelve.
Adórale en el dolor,
y el malestar huirá como sombra ante la luz;
en Su presencia hay plenitud de gozo,
aunque mi alma no lo alcance a comprender.
Siento la comunión estrecha
del Maestro y mi ser;
me rindo, me entrego
a un océano de sentimientos
que sólo mi Creador puede dar.
No sólo visito Su presencia,
me inunda, me envuelve,
pero al sumergirme no muero:
cada ola de Su Espíritu
me da vida y renueva mi ser.
Su presencia calma mi ansiedad,
sacia mi alma sedienta;
y en el torrente de Su amor
no me alejo,
sino que cada día
me entrego más,
entrego todo mi ser
al abrazo eterno de Dios.