A veces la melancolía
es simplemente una tarde
que se nos queda mirando.
Y en esa tarde, resulta,
que fuiste vos:
una certeza instalada
en la contrahuella del día,
justo donde el tiempo falta
y el espacio no alcanza
para tratar de inventarnos.
Y yo, para ser franco,
de repente me sentí pobre,
de una miseria arraigada,
de esas que se juntan
y prosperan en las esquinas,
ahí donde el musgo y la vida
de algún modo se conforma.
Y cómo no haber querido
ser sol, o brisa, o esa tarde,
lo que fuera que te anunciara,
ser nómada en tu relieve
como la prenda
que cae de tu cuerpo,
y custodia en secreto
el único beso de tu piel.
Pero no hubo manera.
Era tarde.
Irremediablemente tarde
para quedarnos,
para descifrarnos
o compartirnos la hora.
Muy tarde ya para esta vida,
que apenas nos deja esta herencia:
ser dos extraños que se miran
mientras la tarde, lentamente,
se desnuda y deja la noche.