Salió por la ventana que indicaba a sus adentros,
y su mirada, despeinada de brillar a sotavento,
me regaló, sin calma, tampoco pena ni tormento,
una brisa frenada por sus sacáis de puro hierro,
metal frío pero dulce, madera de esa que no toca el tiempo,
y que con orgullo traduce en brillo lágrimas y recuerdos.
Pero mal compañero es el aire, y su rojo sí es tormento,
y tus ojos ya saben lo que es un largo invierno.
Pero ¡Ay compañero! La luna sabe si miento,
que el mar es siempre, del amanecer fiel espejo,
y por firme la tronada, y cruel su cimiento,
no son las olas sino pan para sus besos.