Es la melancolía que me gusta la que, cuando
me invade, destaca por su brillo tímido y también
por su discreto latir, con el que inunda mi triste intimidad; esa
que es reservada… dócil… y a la que permito me abrace
en los largos días amargos; esa que termina entrelazada
con mi paciencia y silencio; esa que descansa en mi
descanso; esa que acecha mis días felices y
descubre mentiras en mis verdades; esa que me invita a llorar
entre sonrisas y, después, se despide camuflándose
en el aire hasta la próxima e inesperada ocasión.