Salí a saludar la tarde
cuando ya estaba cayendo
y me dijo en un desplante:
-¿No me ves que estoy muriendo?
Déjame plegar las alas.
Deja que tienda mi cuerpo.
Que venga la negra parca
a cubrirme por entero.
Que ya he dormido a las flores
para ocultarles mi duelo.
Campanas. ¡Suenan campanas
con triste voz dolorida!
Y en la puntiaguda torre
quedó la tarde prendida.
El caballo de la noche
corre buscando guarida
para ocultar el arnés
que dejó a la tarde herida.
Herida quedó de muerte.
Despojada del color
con que su luz la vestía
de lujuria y esplendor.
Le ponen negros crespones.
Faroles por las esquinas.
Hasta que nazca otra tarde
con nuevas ansias de vida.
Todo termina en el ciclo.
Nada dura eternamente.
Todo lo que al mundo llega,
luego, lo borra la muerte.