Quien conoce el peso de su llamado
sabe que el alma se entrena
en medio de las tormentas
y bajo el filo de la presión.
Las traiciones no son dagas,
son cinceles que esculpen
un carácter que aprende a perdonar.
La soledad quema,
pero cicatriza como hierro ardiente
en la fragua del corazón.
La carne llora por lo que pierde,
pero el espíritu aprende a obedecer.
Cada circunstancia difícil
se vuelve ladrillo en el muro,
pieza en el equipamiento
que prepara al guerrero.
Quien conoce el peso de su llamado
no huye ni se rinde:
camina, aunque los pies sangren,
porque sabe que la cruz
es la llave de la aurora,
y que la gloria nace
en medio del llanto.