Si no hubiera sido por el silencio,
no habría aprendido a escucharme.
Si no hubiera sido por la herida,
no conocería la fuerza de sanar.
Si no hubiera sido por la pérdida,
no sabría el valor de lo que tengo.
Si no hubiera sido por el error,
no entendería el peso de la verdad.
La vida se construye también
con lo que nunca ocurrió,
con los caminos que no tomamos,
con las palabras que callamos,
con los abrazos que se quedaron en el aire.
Si no hubiera sido por la duda,
no existiría la búsqueda.
Si no hubiera sido por la noche,
el amanecer no tendría sentido.
Si no hubiera sido por la despedida,
el reencuentro no sería milagro.
Y entonces pienso,
que cada “no” de la vida
abre un espacio para un “sí” más grande,
que lo que no fue
también moldea lo que somos,
y que incluso lo que duele
nos enseña a mirar distinto.
Porque al final,
si no hubiera sido por todo lo que pasó
y por todo lo que jamás sucedió,
no seríamos quienes somos ahora,
ni tendríamos la historia que nos habita,
ni la voz que hoy se alza
para decir: he vivido.