Mil y dos noches daría yo por saber quién le enseñó esa danza alegre a tus zapatos de callo y seda,
Sombra sin arista y testigo de toda esquina, trapo vivón de corazón incierto que de cada calle gris hace vereda,
Del Sena al Jiloca, de sucia tarde a fría mañana, de losa curtida al lecho imperfecto en el acento de cada valla,
Amado preso en Berlín, de Providence a España, que dejas descansar tu lomo en sueños dados a la ignota Kadath,
Flagelo suave marca tu paso por cada avenida,
Y rumor somnoliento tiñe cada verso de tu alma,
Y dan tus caricias a niños pobres su alegría, y dan tus viejos caprichos a casas viejas toda calma.
Pueden tus ojos firmes con la niebla de mil nadas, y pueden un par de versos con el filo de tu mirada,
Versos de lengua animal, jugarreta vocal salada, que sales de dulce verbena, y dejas la noche endulzada.