Partió sin ruido,
como quien deja atrás una estación
pero se lleva consigo el paisaje.
No sé si fue un adiós o una pausa,
si su sombra en mis calles
fue destino o espejismo.
Hay presencias que iluminan un instante
y al marcharse dejan preguntas más largas que el camino.
Ella, la chica de Milano,
fue puente entre dos mundos:
el mío, hecho de dudas y ruinas,
y el suyo, bordado de certezas y enigmas.
Quizás toda despedida
es también un pacto con la memoria:
recordar sin poseer,
nombrar sin llamar,
amar sin regresar.
Y así la escribo,
como se escribe a las ciudades que uno nunca habita,
pero que marcan el mapa secreto de la piel.
La chica de Milano no volvió…
y sin embargo, en este verso,
nunca se fue.