La sal es el tiempo. Nosotros somos
un tronco agrietado, un tallo de fibra
compartida. La idea que equilibra
el agua, la tierra y las hojas. Somos
la hifa esporádica del hongo. Aquel
que placiera la figura y el sosiego
de tu trazo último. Somos el ciego
que, aunque viejo, aún discierne el papel
como el primer día, con la intuición
que nos da la torpe mano (la misma
no cede ni se agota, como un prisma
secreto de infinita reflexión).
Tal vez verás los signos orientales
como quien lo invisible e indiviso,
en el musgo, la lluvia, en el preciso
dibujo de las causas naturales.
Tan ajena del dolor, las angustias
y el resabio, te encontré (como yo)
en el subsuelo. Un Dios nos desprendió
de nuestro sueño, cambiando mis mustias
premisas. Fuiste todo el universo
para un árbol. Fuiste la imposible
metáfora de Jano, la terrible
dualidad entre lo uno y lo disperso.
Hoy volvimos a ser el solo abono.
El morado, la calle, lo inmediato;
el dote que volvió por ese gato,
el discurso (ahora feliz) del mono.