Sí, lloro mucho.
Principalmente en las noches,
cuando la ciudad se apaga
y solo queda mi voz rota
resonando contra las paredes.
Sí, lloro mucho.
En la madrugada,
cuando todos duermen
y yo sigo despierta,
ahogada en insomnio,
sin poder cerrar los ojos
porque mi mente no descansa.
Sí, lloro mucho.
En las mañanas,
hundida en mi cama,
mientras afuera la vida sonríe,
y yo solo observo, inmóvil,
como si la felicidad
fuera un idioma
que olvidé aprender.