Diálogos en la penumbra
No escribió Sócrates.
Su voz fue viento sobre piedra,
una pregunta que no cesa,
una herida que enseña.
Platón, discípulo y testigo,
recogió las brasas del verbo
y las puso en forma de diálogo:
no para cerrar,
sino para abrir.
Allí están:
Fedón, donde el alma se alza
como un pájaro que recuerda su origen.
La República,
arquitectura de justicia soñada
en medio de la ceguera del poder.
El Banquete,
donde el amor se desnuda
y se vuelve escalera hacia lo eterno.
Sócrates no enseñaba,
despertaba.
Su método:
una danza de negaciones,
una ironía que desarma,
una mayéutica que pare ideas
como si el pensamiento fuera carne.
Platón lo inmortalizó,
no como estatua,
sino como movimiento.
Sus escritos son espejos
donde el alma se mira
y se pregunta si ha vivido.
No hay respuestas definitivas,
solo caminos.
Y en cada uno,
la sombra de Sócrates
y la luz de Platón
nos invitan a pensar
como quien ama:
con todo el cuerpo,
con todo el riesgo.
Y ambos abrieron caminos.
No para que los siguiéramos,
sino para que supiéramos
que pensar es andar,
y que el alma, cuando pregunta,
ya está en movimiento.
—L.T.
Poetas somos